8 de mayo de 2009

Derechos Humanos y Derechos Animales: una combinación perfecta

“Hay demasiados problemas humanos en el mundo que tenemos que resolver primero, antes de pensar en los animales.”
“Primero vamos a luchar por la paz mundial; luego podremos trabajar por los derechos de los animales.”
Todos los que se comprometen con el activismo animalista frecuentemente se encuentran con comentarios como éstos y similares. Muchas veces me preguntan cómo respondo a tales comentarios.

Primero que nada, nadie está diciendo que aquéllos que hacen campañas por los derechos humanos deberían dejar de hacerlo y, en vez de eso, hacer campañas por los derechos animales. Más bien el asunto es que, si aceptamos que los animales son miembros de la comunidad moral, deberíamos dejar de comerlos, usarlos, o consumir animales en nuestras vidas diarias. Asumir el veganismo no requiere que dejen de defender a los niños abusados, a las mujeres golpeadas, o manifestarse en contra de la guerra.

Después de dar una conferencia acerca de derechos animales en un centro comunitario, una mujer se aproximó y me dijo que ella era voluntaria en un centro de atención para mujeres golpeadas y víctimas de violación. Dijo que simpatizaba mucho con lo que yo había dicho acerca de los animales, pero que estaba tan completamente absorbida por su trabajo por las mujeres que ella no sabía cómo encontrar tiempo para involucrarse con los derechos animales.
Le pregunté: “¿Pero al menos tendrás tiempo para comer, no?” 
Ella respondió. “!Por supuesto que lo tengo!”
“¿Vistes ropa y usas champú y otros productos?” 
“Sí, claro. Pero ¿qué tiene que ver todo eso con esto?”
Tiene todo que ver con esto. Le expliqué que si ella realmente tomaba el tema de los animales en serio, todo lo que necesitaba hacer era dejar de consumirlos como comida, usarlos, usar productos que los contienen o que fueron testeados en ellos, o apoyar cualquier forma de entretenimiento que use animales. Aunque ella no hiciera nada más que esto en relación al tema de los animales, la sola acción de volverse vegana, y el ejemplo que daría a sus amigos y familia, ya  constituiría una forma importante de activismo que en ningún modo interferiría con su trabajo por las mujeres. Volverse un defensor de la abolición es algo que pueden hacer en su próxima comida.

Segundo, es un error ver los temas de la explotación humana y animal como excluyéndose mutuamente. Por el contrario, toda explotación está intrincadamente conectada. Toda explotación es una manifestación de violencia. Toda discriminación es una manifestación de violencia. Mientras toleremos la violencia de cualquier tipo, habrá violencia de cualquier tipo.

Como dijo el novelista ruso León Tolstoi: “Mientras haya mataderos, seguirá habiendo guerras.”

Tolstoi estaba, por supuesto, completamente acertado. Mientras los humanos consideremos algo normal el hecho de matar animales para usarlos de comida, que es algo que no se puede intentar justificar de otro modo que alegando el trivial placer que obtenemos al comer o usar animales, consideraremos como normal el uso de la violencia cuando los humanos piensen que algo más importante está en juego.

Y a la inversa es lo mismo: mientras toleremos el racismo, el sexismo, el heterosexismo y otras formas de discriminación, habrá especismo. Esta es una razón por la que es importante que los defensores de los animales nunca deberían pensar de sí mismos como gente “de un solo tema”. El especismo es moralmente objetable porque, como el racismo, el sexismo, el heterosexismo y otras formas de discriminación, excluye seres de nuestra esfera de preocupación moral sobre la base de un criterio irrelevante. No hay diferencia si ese criterio irrelevante es la raza, el sexo, la orientación sexual o la especie. No podemos decir razonablemente que nos oponemos al especismo pero que apoyamos o no tenemos ninguna posición tomada en relación a otras formas de discriminación. Nos oponemos al especismo porque es como el racismo, el sexismo, y otras formas de discriminación. Nuestra oposición al especismo lógicamente implica un rechazo a estas otras formas de discriminación.

De nuevo: esto no significa que los defensores de los animales deban dejar su trabajo en beneficio de los animales y volverse defensores de los derechos humanos. Significa, sin embargo, que ellos siempre deberían dejar en claro a los demás que se oponen a toda forma de discriminación y que nunca deberían practicar la discriminación en sus propias vidas.

Tercero, algunas personas altruistas, admirablemente, quieren cambiar el mundo, pero no ven que el cambio más importante viene del nivel del individuo. Como Mahatma Gandhi dijo: “Debes ser el cambio que quieres ver en el mundo.” Si quieren un mundo sin violencia, deben adoptar la noviolencia en sus propias vidas. El veganismo es un elemento importante de vida noviolenta en tanto que no hay duda de que toda la comida y los productos provenientes de animales son el resultado de la violencia.

Otra joya de Tolstoi: 
“Todos piensan en cambiar el mundo, pero ninguno piensa en cambiarse a sí mismo.”

4 de mayo de 2009

No, no es natural




“Pero, ¿no es natural comer animales?”

Esta pregunta es, probablemente, la que me han hecho con más frecuencia en los casi treinta años que llevo promoviendo el veganismo. Estudiantes de nuestros cursos; personas en conferencias públicas; oyentes que telefonean al programa de radio donde estoy siendo entrevistado; el pasajero sentado a mi lado en un avión que me pregunta acerca de por qué tengo una comida vegana cuando todos los demás están comiendo pollo o pescado —todos ellos parecen pensar que lo que estoy defendiendo como una postura moral no es “natural”.

Tal como argumenté en otro lugar de este blog, muchas prácticas y tradiciones horribles, incluyendo la esclavitud y el sexismo, se justificaron apelando a argumentos que asumen que ciertas personas son naturalmente superiores y otras son naturalmente inferiores.

La actual gripe porcina brinda otra oportunidad para observar la falencia del argumento de que la explotación animal es, de algún modo, natural.

Muchas personas sostienen que comer carne es natural para los seres humanos. Esto es, sostienen que hemos evolucionado para comer productos animales, y que comer carne, pescado, leche, huevos, etc. es lo que la naturaleza reserva para nosotros. No comer estas cosas es actuar en contra de lo que nosotros fuimos proyectados para hacer y, entonces, el principio moral de que no deberíamos comerlas, simplemente no puede ser correcto. Hemos evolucionado para ser humanos que poseen ojos, decir que tenemos la obligación moral de cubrir permanentemente nuestros ojos y no usar nunca nuestro sentido de la vista, sería debidamente considerado como una idiotez.

Hemos evolucionado para ser omnívoros. Podemos comer productos animales. Pero eso simplemente significa que hemos evolucionado para ser seres que pueden elegir qué comer y que tienen la opción de vivir alimentándose exclusivamente de comida vegetal. El hecho de que podamos comer productos animales no sustenta la conclusión de que comer estos productos está moralmente justificado, como nuestra posibilidad de usar la violencia no sustenta la conclusión de que la guerra (o cualquier otra forma de violencia) esté moralmente justificada. El hecho de que podamos hacer algo no es relevante para decidir si deberíamos hacerlo.

Es claro que no es necesario, para nosotros, comer ningún producto animal. Y diariamente crece la evidencia de que los productos animales ingeridos en las cantidad que caracterizan a las dietas de aquellos que viven en las naciones más ricas, va en detrimento de la salud.

Más aún, ninguno de nosotros —o ninguno de los que están leyendo este ensayo— es ya más un cazador-recolector. Necesariamente conseguimos nuestros productos animales a partir de animales domesticados. La actual epidemia de gripe porcina ilustra el argumento de que considerar la domesticación de los animales como natural, requiere que sustentemos la idea de que está en la naturaleza de las cosas hacer algo que, como cuestión empírica, es perjudicial para nuestra supervivencia:
«Es nuestra proximidad con los animales, que hemos tenido por milenios, lo que nos hace tan vulnerables a enfermedades que pueden matarnos en gran escala. Incluso desde que el hombre dejó de ser un cazador-recolector y comenzó a a vivir en estrecha cercanía con su ganado, ha corrido el riesgo de pandemias. Muchas enfermedades humanas se originaron entre los animales domesticados: el sarampión y la tuberculosis vinieron del ganado vacuno; la viruela del ganado vacuno y de otro ganado con virus emparentados con la viruela; la gripe, de los cerdos y patos; la tos convulsa, de los perros. Estos patógenos se desarrollaron y diseminaron fácilmente porque los animales vivían en rebaños o bandas. Cuando fueron domesticados por los primeros granjeros, los virus estaban esperando para transmitirse. Las así llamadas enfermedades zoonóticas son entonces transmitidas más rápidamente entre los humanos, porque las propias personas viven en estrecha proximidad unas con otras.»
Esta cita proviene de un artículo publicado en un diario de Gran Bretaña. Pero lo que el autor dice no es controvertido. Es un hecho indudable que la domesticación ha introducido un amplio espectro de enfermedades graves, como resultado del incremento de contacto humano-animal. Además de cualquier otra consecuencia que resulta de comer productos animales, tales como enfermedad cardíaca, cáncer, etc., y sin considerar que las consecuencias medioambientales de la agricultura animal son desastrosas, el nivel del contacto entre humanos y no-humanos, que es la domesticación, representa en sí mismo un gran peligro para la sobrevivencia humana.

Entonces, ¿cómo puede ser natural algo que necesariamente presagia tales terribles peligros?

La breve respuesta: no puede ser natural, a menos que consideremos que es natural aquello que va a matarnos. Si alguien dijera que ingerir veneno es natural, lo consideraríamos un enajenado mental. Así que, ¿por qué continuamos pensando acerca de nosotros como racionales, cuando consideramos como natural y como parte integral de nuestra civilización, una institución —la domesticación— que es tan letal?

Pero, ustedes dicen, nunca seríamos capaces de sostenernos a nosotros mismos sin la domesticación; necesitamos los alimentos provenientes de animales domesticados para que creciera la población humana, y tener las ciudades y la civilización como la que conocemos y queremos. Así que, aunque la domesticación tiene sus peligros, tiene sus beneficios y tenemos que buscar un equilibrio. Incluso si ustedes son entusiastas de lo que es aceptado como civilización moderna, esta respuesta ignora la cuestión fundamental de que podríamos habernos alimentado a nosotros mismos con alimentos a base de plantas. La domesticación sólo es necesaria en este contexto si es la única opción, y claramente no lo es.

En suma: si piensan que podemos justificar el dolor, sufrimiento y muerte que infligimos a millones de animales anualmente —sin contar a los peces—, afirmando que la domesticación es algo natural, o que la solución es hacer unos arreglos insignificantes para tornar a la granja industrial más “humanitaria”, entonces reflexionen nuevamente.

Si hay algo que sea natural, ese algo es el veganismo. Y el veganismo es la única opción que respeta la personalidad moral de los animales no humanos.


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