16 de abril de 2009

Comportamiento moral y valor moral




Los humanos, usualmente, procuran justificar la opresión y explotación que hacen de los animales nohumanos, apuntando a supuestas diferencias empíricas. Una de las muchas diferencias que se alegan, es que los nohumanos, al contrario de los humanos, son incapaces de pensar o de actuar moralmente. Esto es, afirmamos que sólo aquéllos que pueden reconocer obligaciones morales para con los otros y actuar de acuerdo a las mismas pueden ser miembros de la comunidad moral y, dado que los nohumanos son supuestamente incapaces de tal conducta, estamos justificados para tratarlos como cosas sin importancia moral.

Este argumento es problemático, al menos por dos razones.

Primero; hay un problema simplemente de lógica. Vamos a suponer que tenemos dos humanos – uno normal y uno deficiente mental, incapaz de reconocer obligaciones para con los otros –. ¿Son diferentes estos dos humanos? Ciertamente. ¿Es relevante alguna diferencia entre ellos para determinar cómo debemos tratarlos? Sí, por supuesto. Si alguien es mentalmente deficiente y es incapaz de reconocer obligaciones, podemos no querer que participe en contratos legales obligatorios. Pero, ¿es relevante la diferencia, como para que determine si podemos tratar a ese humano como un sujeto sin consentimiento para realizar experimentos biomédicos, o como donante forzado de órganos, o exclusivamente como medios para nuestros fines en cualquier otro modo? Muchos de nosotros se horrorizarían ante la idea de que deberíamos usar humanos con deficiencia mental como sujetos en experimentos, donantes forzados de órganos o esclavos. Reconocemos la completa irrelevancia de esa discapacidad para la cuestión de la moralidad de explotar esos humanos como recursos para humanos “normales”.

Segundo; hay un problema de hecho empírico. ¿Es verdad que sólo los humanos tienen capacidad de reflexión moral y de acción moral? Hay innumerables ejemplos de relatos de animales de muchas especies que arriesgan su propia seguridad física a fin de ayudar a otros –conducta que consideramos de alto valor moral–. Los perros entran en casas en llamas para salvar a humanos; los mapaches arriesgan su propia seguridad para ayudar a otros mapaches que están ciegos; los primates no humanos cautivos en zoológicos actúan de manera de proteger a los humanos que se han caído dentro de los recintos del zoológico.

Uno de estos ejemplos me llegó a través de los estudiantes del curso de derechos humanos/derechos animales que Anna Charlton y yo enseñamos en Rutgers University. En Chile, un perro arriesga su propia vida para ayudar a otro perro que ha sido golpeado por un auto. No estoy diciendo que el perro se sentó allí, y ponderó sus obligaciones morales antes de actuar, en el mismo sentido en que nosotros lo haríamos. ¿Y con eso qué? El perro actuó de un modo altruista. Esta conducta no puede ser menospreciada con la explicación de que se trata de algún tipo de “instinto” o un comportamiento en interés propio. El perro clara y deliberadamente adoptó una conducta que representaba un grave riesgo para su vida.

Y los humanos, que son supuestamente “especiales” porque, a diferencia del perro, son seres morales, ni siquiera se preocuparon de parar sus automóviles o de disminuir su velocidad.



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